domingo, 17 de abril de 2011

En el jardín

La dulce brisa les pisaba los talones, las contraventanas rugían, chocaban y se destrozaban contra una pared qe ya debía tener unos cien años, esa casa estaba mal situada, siempre lo pensé, pegaba demasiado el viento, incluso cuando no hacía tanto, y cada vez que hacía viento, había que cambiar los cristales rotos de las ventanas...Eso no le gustaba mucho a las familias que vivían dentro de aquella casa, los niños lloraban, incluso los mayores pasaban miedo después de haber vivido tantos años en ese lugar. Siempre me pregunté, como podía vivir tanta gente en aquella casa, y a la vez, estar tan unidos, era algo inverosímil, se apoyaban, jugaban, reían, disfrutaban, realmente, se les notaba felices y, los más mayores se sentían como niños pequeños, en aquella casa donde habían pasado toda su vida, y donde la iban a pasar los niños pequeños que ahora había..

La noche entraba lenta, disimuladamente iba apareciendo la gran luna que, afortunadamente, les iba a iluminar la velada nocturna que allí habían preparado. Había muchas mesas, pero sobre todo, muchas sillas y sillones, algo fuera de lo normal, porque los niños solían jugar por el jardín y no se sentaban en toda la noche, eran felices con un balón y unos guantes de guardameta, con los que durante toda la noche se imaginaban como, algún día, cuando saliesen de aquella casa, podrían jugar con otros niños y llegar a lo más alto.

Lo de llegar a lo más alto no estaba claro, lo que si estaba claro, era que pronto se marcharían de aquella casa, más pronto de lo que cualquiera hubiese imaginado...

Las sillas no eran para ellos, las sillas eran para aquellos que estaban interesados en pagar una suma inmensa de dinero para apoderarse de aquella casa, que tantas alegrías les había dado. Todas esas familias estaban faltas de dinero, dificilmente llegaban a comer todos los últimos días del mes, y pasaban bastante frío, sobre todo en noches de invierno, y con mucho, mucho viento.

Aquellos señores, que venían muy elegantes, tomaron asiento, se les ofreció algo de beber, y no dudaron en aceptarlo. Ofrecían una cantidad demasiado jugosa como para ser rechazada por alguien que realmente en estos últimos meses conocía lo que era realmente el hambre. Aceptaron sin dudarlo ni un solo momento, aún sabiendo que se iban a arrepentir.

Los años siguientes fueron muy malos, los niños crecieron, ya sin aquella casa, sin aquel viento, y sin aquellos partidos en el jardín. Los más ancianos fueron muriendo poco a poco, lentamente, uno tras otro, dejando escritos muchos de ellos de lo que había sido su vida por aquella casa, la vida entera habían dejado en esas cuatro paredes y ese jardín...

Los niños, ya no tan niños, volvían de vez en cuando, para por lo menos, aunque fuese solo verla, desde fuera de la gran valla por supuesto, para por lo menos volver a ver aquella gran construcción.

Muchos años de arrepentimiento, mucho sufrimiento, pero...¿De verdad no merece la pena luchar por algo que deseas? ¿No merece la pena luchar por algo que quieres?.

Ellos se llevan planteando esta pregunta, desde aquel día que había tantas sillas en el jardín, cincuenta años atrás...

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